miércoles, 4 de junio de 2008

Me quedé pensando en una charla que tuve ayer con alguien que me dijo que estaba mal porque sentía que de todos los amigos que supuestamente tenía, sólo dos o tres eran de verdad, porque creía que la gente es falsa y porque no entendía a las mujeres.
A esta altura ya aprendimos que no todos nuestros supuestos amigos son incondicionales y muchos de ellos dicen cosas que no nos gustan a nuestras espaldas. Cuando nos enteramos de esas cosas o cuando nos damos cuenta de que no eran como nosotros pensábamos, lógicamente nos sentimos mal, pero hay que verle el lado positivo. Cuando eso pasa, primero que nada, ya sabemos que esa persona nos puede hacer pasar ratos lindos, pero no nos sirve como amigo y, lo más importante, aprendemos a valorar un poco más a aquellos que sí nos quieren de verdad.
Que la gente es falsa no es novedad, hay de todo en todos lados, pero lo bueno es poder diferenciar entre los que queremos cerca y los que no y, principalmente, decidir cómo queremos ser nosotros.
No entender a las mujeres es algo de lo que muchos se hacen cargo. Yo tampoco entiendo a las mujeres, ni a los hombres... y mucho menos me entiendo a mí, por eso no me quejo. No es una cuestión de entender, es simplemente estar bien. Estar bien con uno mismo para después poder estar bien con los demás; y si hay alguien que te hace estar particularmente bien no hay que entender nada, hay que sentirse bien y punto.
No es muy difícil dar esas reglas para la vida pero ¿yo las cumplo? Tengo que admitir que no voy por la vida pensando cómo estoy haciendo las cosas, dudando de las personas que me rodean y planteándome si todos mis supuestos amigos me valoran y me hacen bien. Mucho menos me guío simplemente por estar bien. Pero creo que realmente sé quienes me quieren y a quienes puedo llamar "mis amigos". Esos no son a los que quiero tener cerca todo el tiempo, son a los que quiero tener cerca cuando no me siento cómoda con nadie o cuando tengo ganas de llorar. Son a los que extraño a todo momento, de los que no tolero no saber nada y los que me contagian su alegría cuando están bien y su tristeza cuando están mal. Son los que hacen que cuando me pongo a pensar en lo importantes que son para mí, me agarre una cosa en la panza y no pueda creer que ocupen un lugar tan grande dentro de una persona tan chiquita como yo.
Y no importa si se cuentan con manos y pies, con las dos manos, con una mano sola o si necesitamos simplemente dos o tres dedos para enumerarlos, lo importante es saber que, sean cuantos sean, están ahí.

1 comentario:

Francisco Aure dijo...

dos palabras

SIN PALABRAS

excelente la reflexion ani
te quiero muchisimo y lo sabes