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martes, 19 de agosto de 2008

Bailando, para no estar muerto

Una noche, mientras me estaba sirviendo, mi amigo camarero, Laurent, que trabajaba en la Brasserie Champs du Mars cerca de la Torre Eiffel, me habló de su vida.
-Trabajo de diez a doce horas, a veces catorce -me dijo- y después a medianoche me voy a bailar, bailar, bailar hasta las cuatro o cinco de la mañana, y me acuesto y duermo hasta las diez y luego arriba a las once a trabajar diez o doce horas y a veces quince.
-¿Cómo consigue hacerlo? -le pregunté.
-Fácilmente -dijo-. Dormir es estar muerto. Es como la muerte. Así que bailamos, bailamos para no estar muertos. No queremos que eso ocurra.
-Qué edad tiene usted -le pregunté.
-Veintitrés -me dijo.
-Ah -dije, y lo tomé gentilmente por el codo-. Ah. Veintitrés, ¿no?
-Veintitrés -dijo sonriendo-. ¿Y usted?
-Setenta y seis -dije-. Y yo tampoco quiero estar muerto. Pero no tengo veintitrés. ¿Qué puedo hacer?
-Sí -dijo Laurent, inocente y todavía sonriendo-, ¿qué hace usted a las tres de la mañana?
-Escribir -dije al cabo de un momento.
-¿Escribir? -dijo Laurent, asombrado-. ¿Escribir?
-Para no estar muerto -dije-, como usted.
-¿Yo?
-Sí -dije, sonriendo ahora-. A las tres de la mañana escribo, escribo, ¡escribo!
-Tiene mucha suerte -me dijo Laurent-. Es usted muy joven.
-Hasta ahora -dije y apuré mi cerveza y me fui a sentar adelante de mi máquina de escribir, a terminar un cuento.

Ray Bradbury.

sábado, 5 de julio de 2008

Anónimo

Cada vez que decido me siento vivo. En cada decisión se fue forjando mi identidad e integrando mi vida. Todo lo que estudié, leí, ensayé, experimenté, fracasé y amé me han marcado y expresan hasta cierto punto lo que soy; pero lo que soy queda claro en mis decisiones, paridas tantas veces con el dolor de la inseguridad, gozadas otras tantas al calor de la esperanza. Me siento vivo al elegir el camino día a día, al rechazar alternativas y marcar rutas. Escoger es vivir y decidirse es definirse. Yo soy, en definitiva, lo que mis decisiones son. Siento que la madurez me abraza cada vez que elijo ser responsable de mi libertad y hago una elección. Nunca soy yo, más yo, que cuando me paro en medio de la vida, lanzo mi mirada al horizonte, examino cada posibilidad, peso cada valor, acaricio lo que mi historia amasó en mí, intuyo dónde mi corazón palpita, escucho la voz que me impulsa irremediablemente hacia delante, pongo el pie en el camino y hago huella en cada meta. Elegir sin esclavitudes es la esencia de una vida con sentido.
El camino se define por sus curvas. La madurez de mi vida, por mis decisiones.
-
No sé quién escribió eso. Me lo trajo hace un ratito mi mamá, en un papelito fotocopiado, mal recortado y arrugado. Me dijo "Leélo"; y expresa tan perfectamente todo lo que me pasa últimamente que quise copiarlo acá. Gracias, má.

viernes, 4 de julio de 2008

La cucharada estrecha

Un fama descubrió que la virtud era un microbio redondo y lleno de patas. Instantáneamente dio a beber una gran cucharada de virtud a su suegra. El resultado fue horrible: esta señora renunció a sus comentarios mordaces, fundó un club para la protección de alpinistas extraviados, y en menos de dos meses se condujo de manera tan ejemplar que los defectos de su hija, hasta entonces inadvertidos, pasaron a primer plano con gran sobresalto y estupefacción del fama. No le quedó más remedio que dar una cucharada de virtud a su mujer, la cual lo abandonó esa misma noche por encontrarlo grosero, insignificante, y en un todo diferente de los arquetipos morales que flotaban rutilando ante sus ojos.
El fama lo pensó largamente, y al final se tomó un frasco de virtud. Pero lo mismo sigue viviendo solo y triste. Cuando se cruza en la calle con su suegra o su mujer, ambos se saludan respetuosamente y desde lejos. No se atreven ni siquiera a hablarse, tanta es su respectiva perfección y el miedo que tienen de contaminarse.

Julio Cortázar